(Texto escrito por Anna Rojas).

Afortunada. Afortunada es como me siento cada vez que se me inundan los ojos de emociónmientras se me escapa una tímida sonrisa cuando cierro los ojos imaginándome volver a aquel lugar. Revivo todos los sentimientos. Des del miedo a lo desconocido y a la aventura que meembarcaban al subir al avión rumbo a Dakar, a la felicidad de bailar libre bajo la lluvia al ritmodel jembé, rodeada de la felicidad más sincera y simple.
Yo no quise crearme expectativas de lo que iba a ser la experiencia de pisar suelo africano, y
esperé que la vida me sorprendiera. Y lo hizo, y mucho. Tanto que, dos años más tarde, cuando soy la más pesada intentando impregnar a mi alrededor de un poquito de lo que sentí y viví, me dicen: Pero ¿qué es lo que te pasa con África?
Os lo contaré.
Te subes a un avión llena de miedos, pero a la vez con mucha ilusión. Llegas allí y tras horas de trayecto, te das un enorme choque con la realidad. Podría resumir mis tres
semanas en Thiancoumalal en bonitos despertares con el sol colándose por la rendija de la
cabaña, desayunos de “xocopan”, duchas increíbles durante el atardecer, abrazos llenos de
energía, danzas interminables bañadas de lluvia, lugares recónditos, arroz y mucho arroz…
todo ello envuelto de sensaciones preciosas. ¿Que si hubo momentos difíciles? Muchos. Como voluntaria del equipo sanitario viví situaciones intensas y decisiones difíciles. Tuvimos queponer nuestros propios límites cuándo no podíamos hacer nada más y simular que todo iba bien cuando no lo teníamos nada claro. Pero ¿sabéis qué? Allí, donde el idioma dificultaba la comunicación, nos dimos cuenta de la enorme certeza de que “una mirada dice más que mil palabras” y de la enorme capacidad curativa y tranquilizadora de un abrazo, una sonrisa o una cogida de mano.
Muchos pensaréis que al pisar suelo africano te inunda pena y tristeza al ver las condiciones de vida del lugar. Y lo que pasa es que te llenas de la energía que desprenden las personas
caminando llenas de vida, empapándose de la energía que desprende el contraste de colores de los caminos y el aire puro que se respira. Si os digo la verdad, la pena y la tristeza me inundaron cuando volví y me di cuenta de cómo la felicidad de nuestro mundo occidental depende tanto de lo material, de tener un móvil última generación o el mejor trabajo del mundo en el qué hacemos más horas que un reloj, sin tener tiempo para aquello más esencial y necesario para ser feliz de verdad.
Y hoy, dos años más tarde, me cuesta escribir esto sin emocionarme. Deberíamos aprender
bastante más de ese pequeño mundo libre de perjuicios donde es fácil ser libre como un
pájaro y donde la prisa no mata, porque no la hay.
A quien me lea, esto es lo que me pasa con África, con Thiancoumalal y con la familia que
tenemos allí. Quizá es difícil de entender. Hay cosas que no se pueden expresar con palabras.
Hay que vivirlas.
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