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Haciendo camino.

(Escrito por Lalo Salazar)



Tres años hace de mi primer viaje a Senegal. Todavía recuerdo los nervios y la ilusión por pisar el continente africano. Uno se hace una imagen de lo que encontrará, fantasea, genera expectativas, pero os puedo asegurar que poco o nada tuvo que ver con la realidad que me topé. El proyecto, aunque ambicioso, era sencillo sobre el papel. El objetivo era claro, aprender. Recoger toda la información posible, registrarla, y volver a casa para analizarla y encontrar los puntos donde podríamos actuar en el futuro. Vale, estoy preparado, pensaba. Subí al avión en Barcelona y horas después estaba en Dakar, el mayor contraste que había experimentado en mi vida hasta entonces. Alpha nos reconoció muy rápido en el aeropuerto, suerte de él, nuestro ángel de la guarda en cada expedición. Al día siguiente, tras 14 horas de autocar, llegamos a Kedougou y, poco después, a Thiancoumalal. Recuerdo las niñas y niños festejando nuestra llegada, sin conocernos, siempre vestidos con su mejor sonrisa. Sentí que por fin había llegado, pero también fue la primera vez que sentí miedo, miedo a no estar a la altura. Por suerte la mayoría de problemas de salud resultaron leves, catarros y pequeñas heridas, aunque no tardó en llegar el que sería hasta entonces uno de los momentos más difíciles de mi vida. La sospecha, posteriormente confirmada, de una malaria en una niña de 11 años, sin medios para ir al hospital, nos puso entre la espada y la pared. La ruta a Kedougou era una camino inundado en plena época de lluvias y tan solo disponíamos de una moto medio averiada. A bordo de esa moto Alpha, la chica y yo llegamos al hospital, ella recibió su tratamiento y recuperó la sonrisa con el zumo de tetrabrick que le compramos de regreso. Nunca olvidaré ese día, la primera vez que viví en persona las crueldades de la desigualdad. En ese momento entendí que mi estancia en Senegal tendría siempre un sabor agridulce. Por un lado el Sol, el verde, la hospitalidad, las estrellas, la comida compartida, las canciones cada noche, la felicidad más pura. Del otro lado la malaria, un sistema educativo y sanitario precarios, la malnutrición, la ausencia de agua potable. Frustración e impotencia frente a paz y tranquilidad. Dos caras de una misma moneda que siempre me iban a acompañar. Comprendí que quedaba mucho trabajo por hacer, personal y colectivo, y volví de allí con mucho más de lo que dejé. Un año y medio después volvía allí algo más curtido, con la experiencia del viaje previo y ya graduado como médico. Habíamos analizado todos los datos de las expediciones previas, sabíamos a que nos enfrentábamos y disponíamos de mucho más material y conocimientos pero, una vez más, nos vimos desbordados. Siendo objetivos, mejoramos muchísimo en menos de dos años y aportamos mucho más de lo que habría podido imaginar, pero siempre parece poco. Nuestra voluntad es crear algo sostenible, un proyecto sólido que no se resuma en tres meses de expediciones, por eso de regreso a casa seguimos con nuestro trabajo. Todos coincidimos en que la formación de un agente de salud local y la construcción de una casa de salud eran objetivos prioritarios. Redactamos el proyecto, elaboramos presupuestos y buscamos medios para financiarlo. La verdad es que, aunque no fuera sencillo y nos llevara algún quebradero de cabeza, las cosas estaban saliendo bien.

Este iba a ser el año para materializar esos proyectos en los que pusimos tanta ilusión. Luego llegó la pandemia y, como bien sabéis, lo paralizó todo. Personalmente fue un mazazo emocional. Ya tenía las fechas y los permisos para mi tercera expedición, para ver esa casa de salud casi terminada y seguir trabajando, para reunirme de nuevo con Alpha y su familia, la que, si me lo permiten, es ya también mi familia. Pero no vamos a quedarnos aquí lamentándonos, nunca ha sido un camino fácil y esto no nos doblegará. Desde casa hemos seguido reuniéndonos en conferencias, pensando qué podíamos aportar ahora, y en ello estamos. Hacer llegar jabón, lanzar campañas de concienciación, potenciar la participación de los agentes locales que colaboran con la asociación. Siempre hay algo que aportar. Creo que ese es el sello de la asociación, lo que define y caracteriza a PapaAlpha, la ilusión y las ganas. Claro que hemos pecado de novatos, una y mil veces, y lo seguiremos haciendo, pero siempre se aprende. Ya son varios años trabajando y creciendo juntos, y las ganas de seguir persisten intactas. Thiancoumalal nos ha dado tanto que sabemos que nunca podremos devolverlo, pero aquí seguiremos intentándolo, año tras año, por muchas piedras que encontremos en el camino.

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